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TESTIGOS - por Graciela Rubini

Es bueno ser testigo, es bueno estar bien vivo y despierto experimentando los retortijones de este país amado. Y es bueno porque nadie vendrá a contarnos nada, ahí estuvieron todos los medios de comunicación, hasta para televisar lo que era inconveniente (léase el gesto 'mafioso' de Moreno, charlando con Loisteau). No necesitaremos ni manuales ni enciclopedias, estamos siendo parte de la historia, haciendo historia. Y el estamos implica al PUEBLO, porque no se puede estar con los gobernantes y mucho menos los de turno; ellos siempre privilegian un sector, rara vez gobiernan para todos, los vence el partidismo y la idea parcializada de una idea mayor que involucre a la mayoría.

Asamblea de Gualeguaychú, miércoles 2 de Abril de 2007 (Gentileza Enrique Frigo)

No debe ser fácil ser jefe de estado y mucho menos de un país como la Argentina, atravesada históricamente por corrientes tan antagonistas, tan aparentemente irreconciliables y mucho más desde que un D'Elía, sicario del gobierno actual, sale por una FM destilando un odio que resulta increíble, inadmisible, que nos remite a épocas que creemos sepultadas y mucho más si se lo piensa tan cercano a la jefa de estado. Una, como mujer, alentaba la esperanza, tenía la expectativa de que con una mujer las cosas serían distintas. Una mujer tiene otra mirada de las cosas, claro, siempre que no acarree viejos resentimientos y una soberbia como para tres. Una mujer advierte matices que los hombres no, siempre y cuando no se crea dueña de una sola verdad y ame los colores violentos.

Una tenía la sensación de que nuestra Presidenta podía marcar un hito histórico o echarlo todo a perder. Las encuestas actuales sobre la relevancia de su imagen hablan de estar mucho más cerca de lo segundo que de lo primero. Lástima, la palabra dicha es como la piedra lanzada, no tiene retroceso.

El discurso, todos, no sólo el de Parque Norte y el último de Plaza de Mayo revelan, a priori, que no le susurran las cosas como son, le murmuran cifras a medias y le ocultan otras. Nadie le dice a la señora que el campo está cansado de que le palmeen la espalda pero marche preso, que no son ni veinte días, ni dos años, que es mucho más tiempo que el campo levanta su voz sin ser oído. Da vergüenza y envidia ver cómo Brasil o Uruguay tratan a sus rurales y su producción.

Y si de vergüenza hablamos qué decir, qué nos queda por sentir cuando vemos a patoteros con puestos en el gobierno que embozados, sin dar la cara, salen a golpear a la gente que protesta pacíficamente. ¿Estos son los interlocutores del gobierno? Una imagen acude a mi memoria: Herminio Iglesias en un palco quemando un ataúd. No importa mucho qué simbolizaba el ataúd, importa lo que significaba como gesto de intolerancia, de odio, de división. La gente ya sacó un presidente a cacerolazos. Los cacerolazos volvieron a repetirse y nadie llevo a nadie en colectivos o les pagó para que fueran a la plaza (que es de TODOS, no solamente de unos). No usaron el helicóptero, pero el pueblo sabe que puede hacerlo otra vez. ¿La señora no advierte que el país se le esta incendiando? ¿O se habrá puesto guantes de amianto? ¿La señora es tan soberbia, es tan testaruda, está tan ciega que no ve este guiño de la historia a ser llamada prenda de dialogo, de concertación, de paz y tolerancia? ¿Que por la misma condición de mujer que antepone para victimizarse, debería haber producido otra clase de gestos? ¿O cree que se compró el sillón de Rivadavia?

Como mujer me siento avergonzada y gracias a mi memoria acuden a mi recuerdo otros nombres femeninos de grandes mujeres de la historia argentina que honraron su condición y lugar, tanto como para que la imagen de la señora y la frustración que genera no me quiten... cinco minutos de sueño.

Graciela del C. Rubini