A lo largo de la historia de la humanidad uno puede visualizar murallas, barreras que el hombre levantó contra otros hombres. Separando lo que creían no debía mezclarse. La muralla china, el muro de Berlín; aún los fosos de los castillos medievales, las trincheras en cualquier guerra; y más recientemente la barrera que pretenden construir los norteamericanos para frenar la inmigración mexicana. Para detener la integración, para parar que se mezclen. Orgullo de casta? Estupidez humana…
El muro, la pared, cordones, sean del material que sean, frenan, separan, ponen una cosa de un lado y otra del otro. Una mampara de fórmica y vidrio, mostradores, nos están diciendo que Uds. van de ése lado y nosotros de este. Nosotros dictamos las reglas y Uds. las acatan. Nosotros no queremos saber de Uds. O queremos saber muy poco. Los que ponen barreras, en realidad no quieren el contacto, le temen, no lo entienden, no les interesa. Les da tiempo para organizarse, para decidir qué hacer con los otros, dónde ponerlos, cómo conformarlos, y si es posible y mejor, cómo sacárselos de encima. Les molestan. Así un hermoso jardín enrejado es como mostrarle de lejos un vaso de agua al que está muriendo de sed. Mamparas de fórmica, de madera, de vidrio, ventanillas por aquí, otras por allá, le están diciendo a los otros que tiene que ir por aquí, hacer esto otro, no, allá no, aquí no es, dificultando, obstaculizando, mareando; eso es, uno termina rendido antes de empezar. Por culpa de las vallas, de los muros, de mostradores y ventanillas. Es el no correr peligro de contacto que esgrimen los poderosos, la calma que necesitan, el sentimiento de saberse a salvo de los que reclaman.
Piense, de cuántos muros está rodeado aquí nomás, en su medio más cercano, cuántas murallas le han impuesto?
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