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“25 de Febrero de 1778” – Por Graciela Rubini

Paso a la Libertad (Foto-composición AEA Imágenes 2007)

Para el buen observador la talla humana de una persona, lo que devenirá en el tiempo, se puede apreciar desde su más temprana edad. ¿Qué habrá pensado este hipotético, observador, de un niño de 13 años que tuvo su bautismo de fuego como soldado, en la batalla de Orán contra los moros, en España?

¿Qué le podría haber sugerido tanto coraje, tanta entereza?

Este niño fue el General Don José Francisco de San Martín, Padre indiscutido de la Patria, que nació en Corrientes, en el minúsculo pueblecito de Yapeyú, un 25 de febrero de 1778.

Toda la vida de San Martín, su obra, su pensamiento, es un ejemplo de clara racionalidad, de coherencia política, de intereses superlativos hacia su tierra. Fue, fundamentalmente un hombre de armas, un soldado de la nación que puso su espada al servicio de la libertad y la independencia. Pero además, reveló magnimidad, prudencia y sensatez a la hora del puesto político cuando, por ejemplo, fue designado Protector del Perú.

“A la idea del bien común y a nuestra existencia todo debe sacrificarse… desde este instante el lujo debe avergonzarnos y hasta nuestros sueldos quedarán reducidos” (San Martín cuando preparaba el Ejército de los Andes)

¡Que modelo de patriota que no duda en anteponer los intereses de la Patria a los suyos propios!

“Para defender la causa de la independencia no se necesita otra cosa que orgullo nacional” (San Martín) eso, que los argentinos fuimos desapareciendo a lo largo de décadas y décadas de desencuentros.

“Jamás prometía alguna cosa que no cumpliera con exactitud y religiosidad. Su palabra era sagrada… Teníamos una fe ciega en sus promesas (Gral. Jerónimo Espejo, oficial del Ejército Libertador)

Tanto su pensar como los testimonios de sus contemporáneos nos lo pintan de adentro hacia fuera y de cabo a rabo. Esbozan al hombre que fue coherente hasta el dolor, cuando llegado a Bs. As., aún en el barco, y a su regreso de Bruselas ansiando el descanso y fin de su vida en su suelo, se entera del fusilamiento de Dorrego, “… así que en vista del estado en que se encuentra (el País) y, por otra parte, no perteneciendo ni debiendo pertenecer a ninguno de los partidos en cuestión (Unitarios y Federales) he resuelto para conseguir este objetivo pasar a Montevideo”. (San Martín) marchó a Europa y no regresó más. Muere el 17 de agosto de 1850 en Boulogne Sur Mer (Francia) a los 72 años. Lo sucedían su única hija Mercedes y dos nietas, Mercedes y Josefa Balcarce.

Las comparaciones que son tan elocuentes, entre los valores morales, éticos y cívicos de San Martín y los de la mayoría de los políticos argentinos, las dejo a juicio del lector.

Me permito, en un juego imaginario, pesar qué bueno sería para el país una media docena de San Matín!!

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