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REQUIEM IN PACE
RAUL RICARDO ALFONSÍN, porque no puedo comenzar con ninguna otra cosa más definitoria de tantas vivencias como su nombre, acaba de morir.
Se murió un hombre que fue para el país, la reencarnación de la democracia y su consolidación.
Se murió un hombre profundamente democrático, un estadista de primer nivel, un político de raza, un idealista que intentó plasmar en la práctica, la patria grande, plural y democrática que se insertara en el concierto de las naciones en primer lugar.
El primer presidente democrático de nuestra nación, después de la sangrienta dictadura militar, murió como vivió, austeramente, en silencio, rodeado del genuino afecto de los suyos y dejando un legado histórico que lo instala definitivamente en la galería de nuestros próceres y solo la perspectiva histórica coronará su recuerdo de los laureles que merece.
La estatura moral y política de Raúl Alfonsín está hoy reconocida por todos los grandes líderes contemporáneos del mundo que se hicieron eco de su deceso. Por todos los políticos de nuestro país, sea cual fuere su signo, que destacan su hombría de bien y su proceder intachable. Y por el recuerdo emocionado de todos los ciudadanos que ven en él al servidor público ideal, al político abocado con capacidad y eficiencia a la solución de los problemas de la república, a consensuar más que a discrepar, a unir más que a separar.
Un verdadero estadista. El último.
Con ALFONSÍN, los que entramos a la actividad política de su mano allá por el 82, se nos muere dulcemente, una juventud gloriosa de militancia pura e idealista nunca más experimentada. Los que vivimos la dictadura militar podemos decir que Alfonsín fue el padre de la democracia naciente, que tuvo lo que había que tener para consolidarla y que solo la historia con su propio rasero, juzgará sus actos.
Los argentinos perdemos hoy a un gran hombre, porque cuando no hay diferencias substanciales en la cara de la muerte, es que hay verdad detrás del dolor.
Y los radicales perdemos al jefe, al líder, al hombre que encumbró detrás de él a los que pensamos que hay otras formas de hacer política que tienen que ver con la honestidad, con la decencia, con una profunda vocación de servicio.
Y nos queda el inconmensurable orgullo de pertenecer al partido político que supo gestar tamaño hombre.
Dr. ALFONSÍN, descanse en paz.
Graciela Rubini
01-04-09
Se murió un hombre que fue para el país, la reencarnación de la democracia y su consolidación.
Se murió un hombre profundamente democrático, un estadista de primer nivel, un político de raza, un idealista que intentó plasmar en la práctica, la patria grande, plural y democrática que se insertara en el concierto de las naciones en primer lugar.
El primer presidente democrático de nuestra nación, después de la sangrienta dictadura militar, murió como vivió, austeramente, en silencio, rodeado del genuino afecto de los suyos y dejando un legado histórico que lo instala definitivamente en la galería de nuestros próceres y solo la perspectiva histórica coronará su recuerdo de los laureles que merece.
La estatura moral y política de Raúl Alfonsín está hoy reconocida por todos los grandes líderes contemporáneos del mundo que se hicieron eco de su deceso. Por todos los políticos de nuestro país, sea cual fuere su signo, que destacan su hombría de bien y su proceder intachable. Y por el recuerdo emocionado de todos los ciudadanos que ven en él al servidor público ideal, al político abocado con capacidad y eficiencia a la solución de los problemas de la república, a consensuar más que a discrepar, a unir más que a separar.
Un verdadero estadista. El último.
Con ALFONSÍN, los que entramos a la actividad política de su mano allá por el 82, se nos muere dulcemente, una juventud gloriosa de militancia pura e idealista nunca más experimentada. Los que vivimos la dictadura militar podemos decir que Alfonsín fue el padre de la democracia naciente, que tuvo lo que había que tener para consolidarla y que solo la historia con su propio rasero, juzgará sus actos.
Los argentinos perdemos hoy a un gran hombre, porque cuando no hay diferencias substanciales en la cara de la muerte, es que hay verdad detrás del dolor.
Y los radicales perdemos al jefe, al líder, al hombre que encumbró detrás de él a los que pensamos que hay otras formas de hacer política que tienen que ver con la honestidad, con la decencia, con una profunda vocación de servicio.
Y nos queda el inconmensurable orgullo de pertenecer al partido político que supo gestar tamaño hombre.
Dr. ALFONSÍN, descanse en paz.
Graciela Rubini
01-04-09